El monasterio de Santa Catalina, en el Sinaí egipcio, está reconocido como el establecimiento monástico cristiano más antiguo que sigue existiendo. Una decisión dictada a finales de mayo de 2025 por el Tribunal de Apelación egipcio supone una amenaza sin precedentes para su futuro.
Construido en 548 por orden del emperador bizantino Justiniano I al pie del monte Moisés, a 1.570 metros sobre el nivel del mar, el monasterio de Santa Catalina ocupa un lugar único en la historia religiosa y cultural de la humanidad. Enclavado en el corazón de un macizo árido y majestuoso, este lugar sagrado -conocido también como Monasterio de la Transfiguración- ha sobrevivido a los siglos sin interrupción, albergando una comunidad cristiana fiel a la tradición ortodoxa oriental.
Es un testimonio único de la continuidad del monacato de la Antigüedad Tardía, tal y como se desarrolló en el Mediterráneo Oriental a partir de los primeros eremitas del desierto. Este santuario milenario, cuyos muros de piedra albergan una excepcional biblioteca de manuscritos antiguos y una valiosísima colección de iconos bizantinos, fue desde el principio una encrucijada espiritual que acogía a peregrinos, eruditos y viajeros de todos los credos.
Expropiación en beneficio del Estado egipcio
Perteneciente canónicamente al Patriarcado greco-ortodoxo de Jerusalén, esta institución centenaria ve ahora cuestionada su propia existencia. La sentencia dictada por el Tribunal de Apelación egipcio a finales de mayo de 2025 allana el camino a la posible expropiación de sus terrenos por el Estado, acompañada de la amenaza de expulsión de su comunidad monástica de una veintena de monjes, la mayoría de origen griego. Tal escenario pondría fin de forma abrupta a una presencia espiritual ininterrumpida desde hace casi quince siglos, en un lugar donde la oración, la hospitalidad y la preservación del saber sagrado han estado siempre en el centro de la vocación monástica.
Inscrito en la Lista del Patrimonio Mundial de la UNESCO desde 2002, el Monasterio de Santa Catalina se enfrenta a una preocupante erosión de su secular autonomía. Este proceso, de continuar, no sólo correría el riesgo de alterar el delicado equilibrio entre tradición religiosa y soberanía egipcia, sino que también acabaría con una parte preciosa de la memoria viva del cristianismo oriental, conservada a costa de un aislamiento aceptado y de una fidelidad sin fisuras al espíritu del desierto.

¿Agenda político-religiosa o patrimonio?
Los orígenes de esta crisis se remontan a los años posteriores a la revolución egipcia de 2011. Bajo el impulso del gobierno dominado entonces por los Hermanos Musulmanes(de junio de 2012 a julio de 2013, nota de la redacción), se iniciaron procedimientos judiciales para impugnar los derechos territoriales del monasterio. Estos pasos, que reflejaban un deseo político de afirmar la soberanía del Estado sobre lugares altamente simbólicos, condujeron a la reciente decisión, que redefine profundamente la relación entre la comunidad religiosa y las autoridades civiles.
En adelante, los monjes del monasterio de Santa Catalina del Sinaí ya no son considerados propietarios, sino meros “ocupantes autorizados”, que se benefician de un derecho de uso estrictamente limitado a sus funciones litúrgicas.
Antes de la decisión legal de 2025, probablemente no tenían ningún título formal sobre la tierra: no hay pruebas de registro catastral ni escrituras notariales que atestigüen un derecho de propiedad legalmente establecido. Sin embargo, su presencia continuada durante casi mil quinientos años constituía un anclaje implícito de propiedad, basado en una forma de legitimidad histórica o incluso consuetudinaria. En determinadas circunstancias, la legislación egipcia acepta que el uso prolongado de un bien puede dar lugar a un derecho real de uso -sin conferir un derecho de plena propiedad o disposición-. Este tipo de tenencia, a veces denominada ḥikr, está sujeta al reconocimiento del Estado y no basta por sí misma para establecer un derecho de propiedad en sentido estricto.
La decisión de 2025 aclara así una situación jurídica hasta entonces ambivalente, afirmando explícitamente la propiedad del Estado y manteniendo al mismo tiempo un derecho de uso limitado para la comunidad monástica.
Un proyecto turístico
Según fuentes locales bien informadas, este desarrollo legal forma parte de un vasto proyecto de reordenación territorial lanzado en 2020 con el nombre de “Gran Transfiguración “. El objetivo declarado es hacer de la región de Sainte-Catherine un destino turístico de primer orden, centrado en el turismo religioso, ecológico y terapéutico.
Desde este punto de vista, la presencia monástica, con sus exigencias de reclusión, silencio y estabilidad, puede parecer un obstáculo para la conversión del lugar en una atracción turística integrada, con el riesgo, a largo plazo, de que el monasterio se vacíe progresivamente de su vocación espiritual y se transforme en un museo, vinculado a la lógica de un patrimonio mercantilizado.
Preocupación de las autoridades griegas
La situación ha causado gran inquietud entre las autoridades griegas. El primer ministro Kyriakos Mitsotakis intervino personalmente ante el presidente egipcio Abdel Fattah Al-Sissi para defender la causa del monasterio y sus monjes, subrayando la importancia de preservar la integridad espiritual, histórica y cultural de este inestimable lugar, del que Grecia se considera corresponsable dados sus vínculos eclesiológicos e históricos con la comunidad de monjes ortodoxos del Sinaí.
En respuesta a la creciente controversia, la Presidencia egipcia publicó el 30 de mayo de 2025 una declaración oficial en la que reafirmaba su compromiso de respetar el carácter sagrado del monasterio. La declaración pretendía contrarrestar las acusaciones de que el proyecto de la Gran Transfiguración implicaría la evacuación del lugar o cuestionaría la presencia monástica en él. Las autoridades egipcias insisten en que la iniciativa se refiere exclusivamente al desarrollo de la ciudad circundante, sin impacto directo en el monasterio.
Lugares sagrados de las tres grandes religiones monoteístas
La ciudad de Sainte-Catherine, situada en las inmediaciones del monasterio, tiene una resonancia espiritual única. Tradicionalmente se la identifica como el lugar donde Moisés recibió las Tablas de la Ley, y algunos sitúan también allí la Transfiguración divina. Por ello, es un espacio sagrado compartido por las tres grandes religiones monoteístas: el judaísmo, el cristianismo y el islam.
La Iglesia de la Zarza Ardiente, o Capilla de la Zarza Ardiente, se encuentra en el corazón mismo del monasterio de Santa Catalina, en la misma ciudad, al pie del monte Sinaí. Erigida en el lugar tradicional donde se dice que Moisés escuchó la voz divina que emanaba de una zarza ardiente sin consumirse, está integrada en el ábside oriental de la gran basílica bizantina, construida bajo Justiniano en el siglo VI. Según la tradición, esta capilla sigue albergando la zarza viviente, cuyas raíces se dice que sobresalen bajo el altar. Los visitantes entran desde la iglesia principal, descalzándose en señal de respeto, recordando el gesto de Moisés al quitarse las sandalias en tierra sagrada.
Mucho más que un simple lugar conmemorativo, esta capilla sigue siendo el corazón vivo de una memoria compartida por los tres monoteísmos y el centro espiritual de la comunidad monástica del Sinaí.

¿Qué recursos existen?
Ante la amenaza que pesa sobre la integridad material y espiritual del monasterio de Santa Catalina del Sinaí, parece oportuno plantearse una mediación internacional bajo los auspicios de la UNESCO, institución multilateral encargada de la misión de proteger el patrimonio mundial de la humanidad. El estatuto del monasterio, inscrito en la Lista del Patrimonio Mundial desde 2002 por su valor universal excepcional, ofrece una sólida base jurídica y simbólica para tal intervención.
En el marco de los instrumentos jurídicos existentes -en particular, la Convención para la Protección del Patrimonio Mundial Cultural y Natural de 1972-, la Unesco está facultada para enviar una misión de expertos al sitio con el fin de evaluar el impacto potencial del proyecto “Gran Transfiguración” sobre la preservación de los valores culturales, religiosos e históricos del sitio. Dicha misión podría formular recomendaciones vinculantes o incitativas a las autoridades egipcias, con vistas a conciliar los objetivos de desarrollo local con el respeto de los compromisos internacionales de Egipto en materia de conservación del patrimonio.
Además, la Unesco podría desempeñar el papel de mediador entre el Estado egipcio, la comunidad monástica, el Patriarcado Ortodoxo Griego de Jerusalén y las autoridades griegas, facilitando la aplicación de un memorando de entendimiento que garantice el mantenimiento de la vida monástica, la conservación del patrimonio material (manuscritos, iconos, edificios, etc.) y el reconocimiento del papel espiritual e histórico del monasterio. Una iniciativa de este tipo no sólo contribuiría a apaciguar las tensiones actuales, sino que también reforzaría la dimensión intercultural e interreligiosa del lugar, en consonancia con los objetivos de la UNESCO en materia de diálogo entre civilizaciones.
Por último, si la situación empeorara, el Comité del Patrimonio Mundial podría considerar la inclusión del monasterio en la lista de Patrimonio Mundial en Peligro, una medida excepcional que alertaría a la comunidad internacional de la gravedad de la situación y movilizaría los recursos diplomáticos y financieros necesarios para salvaguardarlo.
De este modo, todavía es posible transformar una crisis en una oportunidad: la de renovar el compromiso conjunto de los Estados, las Iglesias y las instituciones internacionales en favor de un patrimonio espiritual cuyo valor trasciende las fronteras nacionales y cuya salvaguardia concierne a toda la humanidad.
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