Por Pedro Linares, Profesor de Organización Industrial de la Escuela Técnica Superior de Ingeniería ICAI, Universidad Pontificia Comillas; Alberto Sanz Cobeña, Profesor e investigador en el Centro de Estudios e Investigación para la Gestión de Riesgos Agrarios y Ambientales, Universidad Politécnica de Madrid (UPM); Ivanka Puigdueta Bartolomé, Doctoranda en cambio climático y sistema alimentario, Universidad Politécnica de Madrid (UPM); Margarita Mediavilla Pascual, Profesora del Departamento de Ingeniería de Sistemas y Automática y miembro del Grupo de Investigación en Energía, Economía y Dinámica de Sistemas, Universidad de Valladolid; María Teresa Cuerdo Vilches, Dra. Arquitecta. Investigadora, Instituto de Ciencias de la Construcción Eduardo Torroja (IETcc - CSIC), and Roberto Álvarez Fernández, Profesor. Ingeniería eléctrica y movilidad sostenible, Universidad Nebrija
El último informe del Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC) no solo advierte que el calentamiento global de la superficie terrestre se está acelerando sino que también señala que fenómenos meteorológicos extremos (como las olas de calor y las lluvias torrenciales) han aumentado en frecuencia e intensidad en varias regiones del planeta.
Las evidencias científicas apuntan, de forma más abrumadora que en las evaluaciones anteriores, a la influencia humana en todos estos factores. Más concretamente, a las toneladas de gases de efecto invernadero vertidas a la atmósfera durante el último siglo.
La reducción de emisiones será uno de los principales temas que tratará la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático (la COP26), que se celebra en Glasgow entre el 31 de octubre y el 12 de noviembre. Como adelanto, hemos preguntado a varios expertos en organización industrial, sistemas agroalimentarios, energía, movilidad sostenible y arquitectura qué medidas debemos tomar urgentemente para cumplir con los objetivos del Acuerdo de París.
“La gran mayoría de las cadenas de fabricación son globales, por lo que no basta con controlar las emisiones en una región”
Pedro Linares, profesor de Organización Industrial de la Escuela Técnica Superior de Ingeniería de la Universidad Pontificia Comillas.
Hay tres grandes ámbitos de actuación para reducir las emisiones de la industria. El primero es el despliegue de una verdadera economía circular, que suponga una reducción del consumo de materiales y productos manufacturados, así como el aumento de sus tasas de reciclado. Para muchos materiales como el acero o el aluminio su fabricación a partir de reciclados reduce enormemente el consumo de energía (y por tanto de emisiones).
El segundo es el desarrollo a nivel comercial de tecnologías que nos permitan fabricar materiales y productos sin utilizar energías fósiles. En el caso de los procesos de fabricación ya electrificados, la solución es más sencilla: utilizar electricidad de origen renovable. Pero hay procesos (en general los más intensivos en energía) que son difíciles de electrificar, y que requerirán el uso de gases renovables como el hidrógeno verde. Y estas tecnologías aún no son competitivas, por lo que será necesario un gran esfuerzo en investigación, desarrollo e implantación a escala.
Por último, el ámbito más complejo es el asociado a algunos procesos industriales que emiten CO? independientemente de la energía que utilicen. Es el caso del cemento o los fertilizantes. Para eliminar estas emisiones la única opción (distinta de la economía circular ya mencionada) es la captura del CO? y su incorporación a materiales o depósitos que eviten su liberación a la atmósfera a largo plazo.
Es preciso pues actuar en estos tres ámbitos, recordando además algunas ideas muy importantes. Primero, que las inversiones en la transformación industrial son elevadas, y además con un período de maduración muy largo. Segundo, que la gran mayoría de las cadenas de fabricación industrial son globales, por lo que no basta con tratar de controlar las emisiones en una región concreta. Tercero, que también la innovación es un proceso global. Todo ello requiere políticas con visión de largo plazo y coordinadas internacionalmente.
Alberto Sanz Corbeña e Ivanka Puigdueta, investigadores del Centro de Estudios e Investigación para la Gestión de Riesgos Agrarios y Ambientales de la Universidad Politécnica de Madrid.
En materia de producción de alimentos, son importantes los esfuerzos en el ámbito de la investigación para diseñar sistemas ganaderos y agrícolas más eficientes en el uso de recursos y con una menor huella de carbono.
En algunos casos, los trabajos se han centrado en el ámbito de la biotecnología. Así, en el sector ganadero, el uso de inhibidores de la metanogénesis, que afectan directamente a los microorganismos del rúmen, se han mostrado eficaces para reducir el metano generado en la digestión de los rumiantes.
En todos los sistemas ganaderos, mejoras en los piensos y en los sistemas de estabulación y gestión de los estiércoles pueden llevar a unas menores emisiones por unidad de producto.
No obstante, únicamente si estos cambios o mejoras tecnológicas son acompañados de cambios estructurales, tanto los ligados al consumo como a la implementación de políticas ambiciosas, se podrían alcanzar los objetivos de reducción de emisiones que establece el último informe del IPCC. Dichas iniciativas han de llevar, por ejemplo, a incrementar la cercanía entre sistemas ganaderos y agrícolas con el fin de facilitar el uso de estiércoles como fertilizantes.
En el caso de los sistemas de cultivo, en zonas con un elevado riesgo de padecer sequías y olas de calor, la gestión eficiente del riego y la fertilización es fundamental para incrementar su sostenibilidad agroambiental. Optimizar el uso de dichos recursos ha de conducir a ajustar la producción de insumos, altamente dependiente –todavía hoy– del uso de recursos fósiles.
Los sistemas de producción ecológicos y agroecológicos, altamente ligados al territorio (menos dependientes de recursos fósiles), podrían ser un elemento de avance importante hacia una mayor sostenibilidad y menor huella de carbono asociada a la producción, tal y como ya se refleja en importantes iniciativas europeas.
En el caso del consumo de alimentos, el mayor potencial lo encontramos en la adopción de dietas con alto contenido en alimentos vegetales y en la reducción del desperdicio alimentario. Cuando hablamos de dietas basadas en alimentos vegetales no nos estamos refiriendo exclusivamente a dietas vegetarianas o veganas, sino también a otras como la dieta mediterránea o la “dieta planetaria”. Estas incluyen el consumo de pequeñas cantidades de alimentos de origen animal y han de considerar particularidades regionales y socioculturales.
Son varias las razones por las que la adopción de dietas ricas en vegetales está asociada a una menor huella de carbono:
menor demanda de superficie para la producción de piensos para consumo ganadero, lo que implica una menor deforestación y cambios en uso de suelo que llevan asociados una importante emisión neta de gases de efecto invernadero y uso de energía para fabricar esos piensos,
reducción en el número de cabezas de ganado (reducción en la producción de metano entérico por la digestión de los rumiantes y menor producción de estiércoles sólidos y purines),
consumo directo de nutrientes (sin necesidad de transformación mediante la digestión de los animales), etc.
Para la promoción de esta medida sería conveniente establecer mecanismos que favorezcan la ganadería extensiva, más ligada al territorio, y que se corrijan las actuales desigualdades sociales en el acceso a alimentos de calidad.
En cuanto al desperdicio alimentario, el objetivo es evitar las emisiones ligadas a la producción de alimentos que nunca serán consumidos, y son, por tanto, tirados al “cubo” de la atmósfera sin producir ningún beneficio en su ciclo de vida. Además, esta medida busca también reducir la enorme cantidad de desechos orgánicos que acaban en los vertederos y cuya descomposición está asociada a importantes emisiones de gases de efecto invernadero.
“Lo más urgente no es reducir las emisiones de CO2, sino frenar el deterioro de la biosfera”
Margarita Mediavilla, investigadora del Grupo de Investigación en Energía, Economía y Dinámica de Sistemas de la Universidad de Valladolid
Lo más urgente no es reducir las emisiones de CO2, sino frenar el deterioro de la biosfera. En estos momentos, para cumplir los objetivos del Acuerdo de París y evitar que la temperatura aumente 1,5 ?, deberíamos bajar nuestras emisiones a cero prácticamente de un año para otro. Eso es muy poco realista.
Vamos a vivir en un mundo más caliente y la cuestión es si, a pesar de ello, va a ser un mundo vivible. Como explican científicos como Margulys, Lovelock y Castro, son las complejas funciones de regulación que realizan los bosques, los mares y los suelos las que estabilizan el clima y mantienen las condiciones aptas para la vida. Por eso, lo más importante en estos momentos es frenar el deterioro de la biosfera: solo los ecosistemas sanos son capaces de evitar las peores consecuencias del cambio climático.
Para conseguir esto hacen falta medidas que no suelen estar en los discursos sobre transición energética. Deberíamos prohibir la agricultura de insumos químicos (que es la primera causa de pérdida de biodiversidad y erosión) y sustituirla por técnicas orgánicas y agroecológicas. Deberíamos frenar la pérdida de bosques, acabar con la sobrepesca, reducir drásticamente el uso de plásticos, cuidar los suelos y los acuíferos.
Solo después de todo ello podremos empezar a hablar de energías renovables. Porque si para reducir emisiones a base de fotovoltaica y vehículos eléctricos necesitamos abrir miles de minas y ocupar miles de hectáreas destruyendo ríos, bosques, suelos y mares, no estamos evitando, en absoluto, la desestabilización del clima.
“El modelo actual de transporte es insostenible por la gran cantidad de energía que consume, sea de origen fósil o no”
Roberto Álvarez Fernández, profesor, experto en ingeniería eléctrica y movilidad sostenible de la Universidad Nebrija
En el ámbito del transporte la primera medida es evidente: racionalizar el uso del vehículo, cambiando nuestros hábitos de movilidad. Es una medida tan individual, tan importante y necesaria como no derrochar agua o reciclar el plástico o el papel. Tenemos que interiorizar que el problema del modelo actual no está solamente en el tipo de combustible utilizado, sino en el derroche de energía que suponen nuestros hábitos de movilidad.
El modelo es insostenible por la gran cantidad de energía que consume, sea de origen fósil o no. Cualquier energía consumida supone un coste medioambiental. Partiendo de esa premisa, vienen el resto de las medidas asociadas: transporte público, bicicleta, teletrabajo, transporte compartido, transformación urbana, etc.
Admitiendo que los coches no van a desaparecer, no deberíamos caer en el error de replicar nuestro modelo actual de movilidad cambiando los vehículos de combustión por vehículos eléctricos. La generalización del uso del vehículo eléctrico no tiene por qué ser beneficiosa a nivel global en lo que respecta a las emisiones de gases de efecto invernadero, porque depende del mix eléctrico de cada país.
Mejorar las emisiones derivadas de la generación de energía eléctrica a nivel global es absolutamente necesario para que el vehículo eléctrico sea sostenible. En este sentido, la medida más razonable sería fomentar la investigación en el conocido como hidrógeno verde y su papel tanto en la automoción como en la reducción del uso de centrales térmicas y de ciclo combinado.
María Teresa Cuerdo Vilches, arquitecta e investigadora en el Instituto de Ciencias de la Construcción Eduardo Torroja (IETCC - CSIC)
En la construcción de edificios debemos considerar la emisión de CO2 en todo el ciclo de vida, es decir, desde que se proyectan, pasando por la etapa de construcción, y uso, mantenimiento, reciclaje y demolición. Como usuarios podemos tener en cuenta todas aquellas acciones dirigidas a ser eficientes en el consumo de recursos en general, y en el consumo energético en particular.
Es importante negociar con la empresa distribuidora una tarifa eléctrica acorde a nuestras necesidades domésticas, al uso que hacemos a la energía y a los horarios en los que solemos interactuar en el hogar con los dispositivos. Para ello, es importante asesorarse, analizando nuestros hábitos de consumo, y buscar tarifas que mejoren las condiciones para estos horarios. Pero esto debe ser revisado con detenimiento y, a ser posible, por un experto en la materia.
Por otra parte, sería conveniente conocer el tipo de generación de la energía. A ser posible, deberíamos optar por la renovable y de origen local. Disponer de instalaciones de energías renovables en casa puede resultar muy interesante. La inversión que requieren puede ser importante, pero se pueden encontrar programas de incentivos que permitan hacerla de forma que nos resulte rentable.
Un uso responsable de la energía (y por tanto una menor emisión de CO2) puede llevarse a cabo utilizando de forma óptima los electrodomésticos, que deben contar con la mejor calificación energética posible (etiquetado mínimo A), así como luminarias tipo LED. Estos electrodomésticos deben cargarse totalmente, con programas adaptados a la carga, y optimizar las temperaturas de uso, por ejemplo, en el caso de climatizadores o del frigorífico.
Es buena práctica apagar los dispositivos en stand by. Si nos marchamos de casa o mientras dormimos se pueden incluso desconectar las líneas del cuadro eléctrico que no contengan aquellos electrodomésticos o dispositivos de utilización continuada, como el frigorífico, por ejemplo. Así ahorramos energía, disminuimos el importe de la factura, y con ello también podemos disminuir la emisión de CO2.
Foto de apertura: Shutterstock / r rafapress. Este artículo fue preparado por The Conversation.
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