La COP30, celebrada en noviembre de 2025, en Belém, Brasil, ha sido un escenario de promesas incumplidas y contradicciones evidentes. Mientras los líderes mundiales viajaron en jet privados y encararon con poca convicción la problemática de la protección del planeta y la búsqueda de soluciones para frenar el cambio climático. Mientras tanto, el gobierno brasileño, anfitrión del evento, acababa de promover la tala de la selva para construir una autopista y de aprobar nuevas exploraciones petroleras en zonas protegidas. Este contraste entre discurso y acción subraya las paradojas de una cumbre que, en lugar de avanzar en la lucha contra el cambio climático, dejó al descubierto la falta de voluntad política y el poder de los lobbies industriales.
La COP30, celebrada en noviembre de 2025 en Belém, Brasil, estaba destinada a ser un punto de inflexión en la lucha contra el cambio climático, diez años después del histórico Acuerdo de París. Sin embargo, la conferencia dejó más dudas que certezas. A pesar de que el evento se desarrolló en el corazón de la Amazonía, el lugar más biodiverso del planeta, se vio empañado por una serie de contradicciones y decisiones que pusieron al desnudo los verdaderos propósitos del Gobierno brasileño y cuestionaron la sinceridad de los compromisos asumidos por los líderes del mundo actual.
Una autopista en plena selva para llegar a la COP: el máximo símbolo de la hipocresía ambiental
Uno de los mayores símbolos de la contradicción de la COP30 fue la construcción de la “Avenida Liberdade”, una carretera que atraviesa zonas forestales protegidas en el estado de Pará, justo antes y durante la cumbre. Aunque este proyecto no fue creado específicamente para la conferencia, se reactivó en 2020 y comenzó a ejecutarse en junio de 2024. La autopista, que destruyó decenas de miles de árboles en una de las regiones más biodiversas del mundo, sirvió para que los asistentes puedan llegar más cómodamente a Belém y asistir a la conferencia. Ha sido una clara contradicción para un evento que se supone debe luchar contra la deforestación.

El gobierno de Pará justificó la construcción de esta carretera por la necesidad de mejorar la circulación debido a la gran cantidad de participantes que asistieron a la COP30. Sin embargo, las críticas fueron inmediatas y en todo el mundo, destacando el impacto ambiental irreparable sobre la Amazonía. Este tipo de proyectos y su aceptación por parte de un gobierno que se presenta como defensor de la protección del medio ambiente (pero que obtiene pobres resultados) generan un sentimiento de desconfianza en la comunidad internacional y en la sociedad civil hacia Brasil y sus capacidades en conservar la selva amazónica.
Petrobras y más exploración petrolera en la Amazonía
Justo antes de la COP y como una burla a las expectativas a los ambientalistas, el gobierno de Lula da Silva permitió a Petrobras, la empresa estatal brasileña, iniciar perforaciones para la exploración de petróleo en Foz do Amazonas, una región cercana a la selva amazónica. A pesar de las críticas de los defensores del medio ambiente, que advierten sobre los enormes riesgos ecológicos de esta explotación petrolera, el gobierno aprobó el proyecto bajo la promesa de que se implementarán medidas para evitar los daños ambientales.

El proyecto de extracción de petróleo en la zona marítima de Foz do Amazonas pone en peligro la biodiversidad local, incluida la población de manatíes, animales en peligro de extinción, y amenaza con afectar las comunidades indígenas cercanas. La aprobación de esta medida subraya la contradicción de un gobierno que, por un lado, se presenta como protector de la Amazonía, pero, por el otro, promueve actividades altamente destructivas para su ecosistema.
Un acuerdo que no abordó los pilares del cambio climático
A pesar de las expectativas y los llamados a una acción más ambiciosa, el acuerdo final de la COP30 carece de compromisos concretos para frenar la deforestación y reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. A pesar de las presiones de más de 80 países, no se incluyó una hoja de ruta global para salir progresivamente de los combustibles fósiles ni un compromiso vinculante para poner fin a la deforestación en 2030.
La falta de avances concretos en estos temas cruciales muestra la desconexión entre los discursos de los gobiernos y las medidas reales implementadas en el terreno. Las principales economías, como la Unión Europea, intentaron incluir compromisos más firmes, pero el gobierno brasileño, alineado con sus intereses económicos, bloqueó cualquier progreso significativo. Las decisiones se centraron en una agenda de “financiación climática”, que sigue siendo insuficiente para abordar la magnitud de los desafíos actuales.
La Hipocresía del Uso de Jets Privados en la COP30
La imagen de la COP30 se vio aún más empañada por la contradicción de los líderes mundiales que, mientras defendían el futuro del clima, llegaron al evento en jets privados, algunos de los medios de transporte más contaminantes del mundo. Según investigaciones, 211 jets privados aterrizaron en Belém, lo que representa un aumento del 76 % respecto al año anterior. Los vuelos de alto carbono de estos asistentes de alto perfil subrayan la desconexión entre las palabras y las acciones de los principales responsables de la crisis climática. Multimillonarios, hombres y mujeres de negocios, lobistas y al menos quince delegaciones nacionales aterrizaron en Belém a bordo de jets privados. Brasil se lleva la palma de la contaminación en su propio suelo con más de 30 delegaciones que viajaron a Belém a bordo de aviones privados. Los respresentantes de Alemania, Francia, el Reino Unido, España, Italia, Países Bajos, el Principado de Mónaco y Suiza también lo hicieron. Al igual que las delegaciones de Colombia, Indonesia, la República Democrática del Congo, Turquía, Namibia y Qatar.
Algunos de los jefes de estados que “salvaron el clima y el planeta” generando emisiones y viajando en aviones privados (imagen: Reporterre):

Un acuerdo climático sin compromisos reales
La COP30 tenía la oportunidad de dar pasos decisivos hacia la protección del clima y la biodiversidad, pero el acuerdo final fue un reflejo de la falta de voluntad política para abordar los problemas más urgentes. Uno de los puntos clave de las negociaciones fue la inclusión de una hoja de ruta global para la salida progresiva de los combustibles fósiles, una propuesta que fue rechazada por varios países, incluyendo Brasil, quien en lugar de comprometerse a reducir la dependencia de los fósiles, optó por posponer el debate hasta una reunión futura.
El acuerdo también se mostró extremadamente débil en cuanto a la protección de los bosques, una de las principales fuentes de captura de carbono en el mundo. Aunque la COP30 se celebró en la región amazónica, no se alcanzó un consenso global sobre un plan vinculante para detener la deforestación para 2030. Esta omisión evidencia la falta de seriedad en los compromisos asumidos por las grandes economías del mundo, especialmente por países como Brasil, que no solo permite la deforestación en su territorio, sino que también promueve proyectos que aceleran este proceso.
Uno de los temas más controvertidos de la COP30 fue la cuestión de la financiación climática, especialmente los compromisos de los países desarrollados para ayudar a los países más vulnerables del Sur Global a enfrentar los efectos del cambio climático. Aunque en las ediciones anteriores se habían hecho promesas de financiación, la COP30 no logró garantizar un flujo significativo de recursos, especialmente en lo que respecta a los mecanismos de adaptación. Los países ricos se comprometieron a triplicar los fondos de adaptación para 2035, pero no se especificaron montos concretos ni bases claras para cumplir con este objetivo. Además, la crisis de la deuda en los países en desarrollo quedó sin abordar, lo que ha dejado a muchos países vulnerables sin las herramientas necesarias para implementar soluciones efectivas.
A pesar de algunas victorias simbólicas, como el reconocimiento de la necesidad de una transición justa que incluya los derechos de los trabajadores y las comunidades más vulnerables, la COP30 se saldó con un balance negativo en términos de compromisos reales para proteger el clima. La falta de un acuerdo vinculante sobre los combustibles fósiles, la ausencia de una hoja de ruta clara para detener la deforestación y los frágiles compromisos financieros dejaron la conferencia como otro capítulo fallido en la lucha global contra el cambio climático.
Ahora la mirada está puesta en la COP31 en Turquía, otro país que -al igual que Brasil- no muestra ningún compromiso hacia la protección del medio ambiente y la lucha contra el cambio climático. Las soluciones vendrán de la sociedad civil, a través de movilizaciones y presiones constantes. Los individuos deben seguir exigiendo más transparencia, coherencia y acción concreta. Solo así se podrá esperar que el multilateralismo climático y las conferencias internacionales dejen de ser una oportunidad perdida para la humanidad y la naturaleza.








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