Casas compartidas entre dos países: cómo es vivir en la frontera más absurda de las Américas

En la frontera “partida” entre Quebec (Canadá) y Vermont (Estados Unidos) se vive una realidad cotidiana atravesada por una línea invisible. En Stanstead (Quebec) y Derby Line (Vermont), la frontera internacional atraviesa calles, casas y edificios públicos, configurando uno de los límites más singulares del mundo. Durante más de un siglo convivió sin conflictos, pero el endurecimiento de los controles estadounidenses después de 2001 transformó la vida cotidiana de estas comunidades binacionales y reabrió el debate sobre cómo se gestionan las fronteras.

La frontera que separa a Stanstead (Quebec, Canadá) de Derby Line (Vermont, Estados Unidos) es uno de los ejemplos más singulares —y a veces absurdos— de cómo un trazado geopolítico puede intervenir en la vida cotidiana de una comunidad. Calles divididas en dos países, casas atravesadas por la línea fronteriza y edificios públicos cuya puerta de entrada queda en un Estado y la salida en otro forman parte de un paisaje único que durante más de un siglo funcionó sin mayores fricciones. Todo cambió después de 2001, cuando el endurecimiento de los controles estadounidenses transformó una convivencia histórica.

El caso ha sido estudiado por el geógrafo Frédéric Lasserre (Université de Laval, Québec), quien analiza cómo la legitimidad de una frontera no depende tanto de su ubicación exacta sino de su gestión cotidiana y de la aceptación social por parte de quienes viven a ambos lados.

Un límite dibujado sobre pueblos ya existentes

A diferencia de otras fronteras trazadas antes de la llegada de poblaciones estables, la línea entre Quebec y Estados Unidos se superpuso a pueblos que ya estaban formados. En el sector de Stanstead–Derby Line, la frontera corta:

  • calles residenciales, como la célebre Rue Canusa/Canusa Street, donde un lado es Canadá y el otro es Estados Unidos;
  • viviendas privadas, cuyos propietarios debieron convivir durante décadas con reglas migratorias flexibles;
  • edificios históricos, entre ellos la emblemática Biblioteca Haskell, construida deliberadamente sobre ambas jurisdicciones y famosa por tener la sala de lectura en Canadá y la entrada principal en Estados Unidos.

Durante generaciones, los habitantes de estas localidades cruzaban la frontera de manera natural en su vida diaria: para hacer compras, visitar familiares, asistir a la iglesia o incluso entrar a la biblioteca. La presencia de un límite internacional era más un dato simbólico que un obstáculo.

La Biblioteca Haskell:

El punto de quiebre: los controles posteriores al 11 de septiembre

Esa dinámica cambió abruptamente tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, cuando la política de seguridad estadounidense endureció las reglas en todos los pasos fronterizos. En pueblos binacionales como Stanstead–Derby Line, esto se tradujo en:

  • la presencia permanente de agentes fronterizos,
  • controles estrictos sobre movimientos que antes se consideraban rutinarios,
  • restricciones de tránsito por calles que históricamente se utilizaban sin detenerse en un puesto de migración.

Entre los episodios más cuestionados se registraron detenciones breves de residentes que cruzaban de una vereda a la otra para saludar a familiares, advertencias por ingresar accidentalmente a “territorio estadounidense” y bloqueos de calles que siempre fueron compartidas.

Este cambio dejó en evidencia que la legitimidad de la frontera no dependía de su trazado, sino de la manera en que se hacía cumplir. Para los habitantes, más que la línea en el mapa, lo que afectó su vida diaria fue el giro en la administración del límite.

Una frontera sin conflicto, pero con tensiones locales

Durante al menos siglo y medio, la frontera entre Quebec y Estados Unidos no generó disputas entre los gobiernos ni rechazo entre las comunidades locales. La vida en estos pueblos se desarrolló con normalidad. Sin embargo, el refuerzo de la vigilancia después de 2001 reactivó cuestionamientos que parecían superados.

Lasserre plantea que una frontera puede perder legitimidad no por su ubicación, sino porque la gestión estatal deja de ser compatible con la realidad social del territorio. En Stanstead y Derby Line, las medidas de seguridad chocaron con un estilo de vida binacional arraigado durante generaciones.

Cómo se vive hoy en Stanstead–Derby Line

Aunque la situación ya no es tan estricta como en los primeros años posteriores al 11-S, el tránsito sigue regulado. Para cruzar la frontera —incluso a pie— es obligatorio pasar por los puntos oficiales.

La Biblioteca Haskell, que simboliza esta convivencia singular, permanece abierta como espacio cultural binacional, pero el acceso requiere respetar las indicaciones de ambos servicios fronterizos.

En la Rue Canusa, los habitantes todavía pueden estacionar del lado estadounidense y caminar hacia sus casas del lado canadiense, pero con reglas específicas: cualquier movimiento que implique cruzar la línea debe quedar registrado en un paso oficial.

Un caso que abre debates sobre las fronteras modernas

El ejemplo de Stanstead–Derby Line se convirtió en un caso de estudio para geógrafos, politólogos y especialistas en fronteras. La pregunta central es si un límite internacional puede sostenerse solo por su trazado o si su legitimidad depende de que las poblaciones locales lo reconozcan como parte de su vida diaria.

En estos pueblos, donde la frontera corta calles, hogares y edificios públicos, la respuesta parece clara: la aceptación de una línea internacional depende más de la gestión que de la geografía.

Fotos y fuente de las informaciones. Frédéric Lasserre