Viajar con culpa: el sentimiento que nos quieren imponer a quienes viajamos en avión

¿De la libertad a la culpa? Están cambiando la mirada y las opiniones sobre el hecho de viajar y volar en avión. Hace todavía tan solo dos décadas, volar era sinónimo de progreso y libertad: cruzar continentes en pocas horas era motivo de celebración, símbolo de conexión global y de una era moderna que mostraba al mundo su capacidad de movilidad y los logros económicos de una clase media cada vez más amplia. Hoy, sin embargo, la perspectiva ha cambiado. Lo que fue orgullo se transforma en ver­güenza de volar, una paradoja que ilustra cómo el transporte aéreo ha pasado de estrella del capitalismo global a chivo expiatorio del cambio climático.

En sus albores, el transporte aéreo fue impulsado por estados y grandes compañías como parte esencial de su proyección internacional y desarrollo económico. A lo largo de décadas, cada gobierno sostuvo una aerolínea nacional y protegió el sector pese a sus riesgos, porque los países entendían que formaba parte de su imagen y crecimiento. Con el tiempo, el sector fue masivamente privatizado y hoy las compañías estatales son principalmente sostenidas por gobiernos totalitarios que las usan para limpiar su imagen, como es el caso de Turquía.

Para generaciones de pasajeros, a lo largo del siglo XX, volar fue una aspiración. Lograrlo representaba al mismo tiempo estatus social, innovación, accesibilidad y orgullo. A partir de los años 1980 el viaje se democratizó ampliamente y creció exponencialmente hace unas décadas gracias a la irrupción del modelo low cost. La movilidad aérea se convirtió en un fenómeno de masa, generando saturación en destinos, turismo descontrolado y una implicancia ambiental que ya no podía ocultarse.

¿Cuándo arrancó el sentimiento de culpa?

El viraje comenzó en Suecia, donde se acunó y se popularizó el término flygskam (que se puede traducir como “vergüenza de volar”). Se empezó a hablar de esto fuera de Suecia a partir de 2018, en paralelo a una conciencia climática global emergente. A partir de ahí, la realidad confirmó lo que venían advirtiendo varios estudios académicos: ese sentimiento empezó a reducir la intención de volar entre varios grupos sociales europeos, especialmente en Escandinavia.

¿Por qué este cambio? Un artículo de The Guardian advierte que aunque la aviación representa solamente un 8 % de las emisiones globales del turismo, su crecimiento futuro colisiona con los límites técnicos para descarbonizarla. Así, el transporte aéreo, que antes era aplaudido, se convirtió en metáfora del exceso moderno. Además, las compañías aéreas ya eran principalmente sociedades anónimas y era más fácil transformarlas en chivos expiatorios que siendo empresas estatales, formando parte de la imagen de un país o un régimen político.

Políticas que reflejan el nuevo estado de ánimo

La transformación en la percepción política y mediática también se tradujo en hechos concretos: impuestos especiales al combustible, tasas ecológicas sobre vuelos, mensajes públicos que cuestionan la legitimidad de “volar por placer”. En el Reino Unido, el Comité Cambi climático advirtió recientemente que el sector aéreo amenaza los objetivos de emisiones nacionales: en 2024, las emisiones de vuelos crecieron un 9 % y superaron las del suministro eléctrico.

Mientras tanto, activistas cada vez más radicalizados (que utilizan la electricidad que en muchos países genera más emisiones que la aviación, como por ejemplo en Alemania) han focalizado su lucha en bloquear vuelos o aeropuertos como acto simbólico, mostrando que desde la calle también se construye la estigmatización de volar.

¿Por qué esta doble lógica?

Aquí radica la contradicción central: se alienta volar —turismo en masa, low cost, destinos nuevos— y al mismo tiempo se penaliza. Las aerolíneas que expandieron rutas y capacidades ahora enfrentan críticas, cargas fiscales y una reputación dañada. Para muchos que ven una sola faceta del problema ambiental actual, el transporte aéreo es el emblema de la destrucción de la Tierra; aun cuando muchas mejoras técnicas se registran y demuestran que es uno de los pocos sectores que buscó y aplicó soluciones para hacerse más “verde”.

Las causas de la estigmatización son múltiples:

  • Exceso de tarifas ultra bajas que impulsaron el turismo masivo y la cultura de “volar por un sí o por un no”.
  • Presión ambiental creciente, que convierte a la aviación en objetivo favorito de las críticas. Recordemos de paso que sus emisiones son muy inferiores a las del transporte terrestre diario e incluso del transporte marítimo (que cruza mares para acarrear las compras que hacen a diario los mismos denunciantes de las emisiones del aéreo).
  • Desajuste político-fiscal, donde la caída de ingresos de los impuestos al combustible anima a los gobiernos a gravar vuelos o imponer tasas especiales.

¿Estamos frente a una crisis de legitimidad?

Hoy volar ya no es simplemente una decisión privada de ocio o negocios: está cargado de connotaciones morales. Investigaciones señalan que los vuelos internacionales son consumidos por una minoría: por ejemplo, menos del 5 % de la población mundial vuela al extranjero cada año. Este hecho revela que la llamada “ver­güenza de volar” golpea con particular intensidad a quienes acceden al privilegio del transporte aéreo.

El sector, por su parte, apela a mejoras tecnológicas, compensaciones de carbono y combustibles sintéticos. Conclusión: ¿volar será un acto de vergüenza o posibilidad?

¿Dónde nos deja todo esto? En un momento de tensión entre deseo y responsabilidad. Volar dejó de ser solo una herramienta de conexión para convertirse en un símbolo, injusto, de privilegio y huella ecológica. La aviación, que un día fue motor de libertad y unión, parece hoy caminar hacia la difusa categoría de “lujo cuestionado”.

El desafío no es simplemente volver a amar volar o odiarlo, sino reconfigurar la forma en que volamos: con menor impacto, más equidad y mayor consciencia de su significado. Mientras tanto, la industria aérea debe enfrentar no solo los vientos técnicos sino también los vientos morales que ahora soplan en su contra.