Durante mucho tiempo, los bosques fueron considerados valiosos “sumideros de carbono”, capaces de absorber parte del CO₂ excedente presente en la atmósfera. Sin embargo, ese rol se encuentra hoy en riesgo: algunos bosques emiten actualmente más CO₂ del que son capaces de captar. Las causas de este fenómeno son múltiples y están relacionadas con el cambio climático, las presiones humanas y las consecuencias derivadas de ambas.
Por Ariane Mirabel, Tropical ecology researcher, Cirad; Géraldine Derroire, investigadora, Cirad; Plinio Sist, ecólogo de las selvas tropicales, Cirad et Stéphane Traissac, docente-investigador en dinámica de las selvas tropicales, AgroParisTech – Université Paris-Saclay, Francia
A través del proceso de fotosíntesis, las plantas utilizan la energía luminosa y el CO₂ de la atmósfera para producir materia orgánica.
Las selvas y los bosques, al igual que el resto del reino vegetal, contribuyen al almacenamiento de carbono en su biomasa: principalmente en los troncos, las ramas y las hojas —lo que se denomina biomasa “aérea”—, pero también en las raíces y en los suelos. En los bosques tropicales y templados, la mayor parte del carbono se encuentra en la biomasa aérea, mientras que en los bosques boreales se almacena sobre todo en el suelo.
Existe, sin embargo, una constante: en todos los climas, los bosques son los ecosistemas que más carbono almacenan. No obstante, la evolución de ese almacenamiento depende de la dinámica forestal.
Durante su crecimiento, las plantas —y por ende los árboles— capturan carbono, pero también respiran, y al hacerlo emiten CO₂ a la atmósfera. Además, cuando los vegetales mueren, se descomponen y liberan nuevamente el carbono que habían fijado. En la mayoría de los casos, el carbono almacenado termina regresando a la atmósfera, salvo en ciertas regiones boreales donde la descomposición es incompleta y la biomasa se acumula en el suelo, por ejemplo, en forma de turberas.
Para que los bosques tengan un efecto positivo sobre el clima, deben capturar más carbono del que liberan —en sus troncos, ramas, raíces y suelos— a través de la respiración y la descomposición. En ese caso se los denomina “sumideros naturales de carbono”.
Sin embargo, bajo determinadas condiciones, los bosques pueden presentar un balance de carbono neto emisor: es decir, liberar más CO₂ del que son capaces de absorber.
¿Cómo puede ocurrir esto y por qué? ¿Es posible que esta situación se generalice como consecuencia del cambio climático?
Un panorama para entenderlo.
Los bosques, sumideros de carbono… bajo ciertas condiciones
En un bosque en equilibrio, que no esté afectado por cambios ambientales —ya sean de origen natural o provocados por la actividad humana—, los flujos de carbono vinculados al crecimiento y a la mortalidad se compensan entre sí. En ese caso, el balance global no presenta ni almacenamiento ni emisión de carbono.
El sumidero de carbono forestal, ampliamente documentado desde fines del siglo XX, se origina en procesos de reforestación, de recuperación posterior a perturbaciones y en el aumento de la concentración de CO₂ atmosférico, factores que impulsan a los ecosistemas forestales hacia un nuevo punto de equilibrio que aún no se había alcanzado.
Por el contrario, los incendios forestales o la deforestación —es decir, la conversión de bosques en áreas agrícolas o urbanas— liberan el carbono almacenado en la biomasa y generan importantes emisiones a la atmósfera.
Más allá de la pérdida de superficie forestal, incluso cuando el cobertura de bosque se mantiene, es el balance neto de los flujos de carbono lo que determina si un bosque almacena carbono o lo emite.
Bosques que almacenan cada vez menos carbono
En determinadas condiciones, los bosques pueden presentar un balance de carbono emisor: en lugar de almacenar carbono, lo liberan. ¿Por qué ocurre esto?
Una primera explicación se relaciona con el equilibrio entre el crecimiento y la mortalidad de los árboles. Todo factor que incremente la mortalidad o limite el crecimiento —como las sequías, las enfermedades o las plagas— provoca una reducción en la capacidad de almacenamiento de carbono, e incluso puede generar una liberación neta del mismo.
En los últimos años se ha observado una disminución general en el crecimiento de los árboles y un aumento de su mortalidad, fenómenos vinculados a sequías más prolongadas e intensas.
Este declive en el papel de los bosques como sumideros de carbono ha sido particularmente evidente en la Amazonia. Las selvas maduras y estables almacenan menos carbono desde la década de 2000: la cantidad promedio de carbono por hectárea disminuyó alrededor de un 30 % entre 2000 y 2010.
En cambio, en África central, el almacenamiento de carbono se ha mantenido estable durante ese mismo período. Esta diferencia podría explicarse por el hecho de que las especies arbóreas de los bosques tropicales africanos están mejor adaptadas a las sequías y a las altas temperaturas.
Los bosques cambian de composición bajo el efecto del cambio climático

Las combinaciones de especies vegetales que conforman los bosques desempeñan, por lo tanto, un papel fundamental. Cualquier cambio en esa composición, ya sea como parte de un proceso de adaptación al cambio climático o a las presiones de origen humano, puede modificar el balance de carbono de un bosque.
En efecto, la cantidad de carbono almacenada por un bosque también depende de su cobertura forestal y de la densidad de la madera de los árboles, factores que varían según la especie.
Estos cambios en la composición pueden ocurrir en todas las latitudes. Se observan también en los bosques templados, aunque son particularmente evidentes en los bosques boreales y tropicales:
- En los bosques boreales, los árboles pueden ser reemplazados por especies arbustivas o herbáceas, más resistentes a la sequía, pero más pequeñas y menos densas.
- En los bosques tropicales, los árboles grandes y de madera densa propios de los bosques maduros pueden ser sustituidos por especies de bosques secundarios, de menor tamaño y madera más liviana.
En ambos casos, estos procesos pueden provocar una reducción en la cantidad total de carbono almacenado.
El caso particular de los bosques templados
¿Qué ocurre con los bosques templados? En Europa, una mejor gestión forestal y políticas de reforestación ambiciosas permitieron aumentar la cantidad de carbono almacenada cada año entre 1990 y 2005.
Sin embargo, los efectos combinados de las sequías, tormentas, enfermedades y plagas han incrementado la mortalidad de los árboles y reducido su tasa de crecimiento. En consecuencia, la cantidad de carbono almacenada anualmente en los bosques templados —considerando tanto las variaciones en el crecimiento como la expansión de la superficie forestal— ha disminuido en las últimas décadas.
En los Estados Unidos, la reducción fue de alrededor del 10 % entre 2000 y 2010, mientras que en Europa se aproxima al 12 %.
En Francia, los datos más recientes del inventario forestal indican que, durante el período 2014-2022, los bosques metropolitanos absorbieron en promedio 39 millones de toneladas de CO₂ por año, frente a las 63 millones de toneladas anuales registradas entre 2005 y 2013.

La influencia perjudicial de los incendios forestales
El cambio climático está generando condiciones cada vez más favorables a los incendios forestales y a la proliferación de plagas.
Los incendios forestales se han convertido en un factor agravante de la degradación de los sumideros de carbono: no solo provocan emisiones masivas de gases de efecto invernadero, sino que también aceleran los cambios en la composición de los bosques, que pueden tardar décadas en recuperar su estado original. En algunos casos, incluso se produce una transición hacia ecosistemas no forestales, lo que implica la desaparición total del bosque.
En los bosques boreales, este fenómeno ya afecta de manera significativa la capacidad de almacenamiento de carbono, que ha disminuido notablemente desde la década de 1990.
- En Rusia, los bosques se volvieron emisores netos durante los años 2010.
- En Canadá, mantenían un balance neutro en los años noventa, pero pasaron a ser emisores entre 2000 y 2010.
Se prevé que esta tendencia se intensifique en el futuro, ya que temporadas de incendios como la que sufrió Canadá en 2023 tienden a repetirse con mayor frecuencia.
En estas zonas tradicionalmente frías, el cambio climático también puede provocar el deshielo y el secamiento de los suelos, lo que acelera la degradación del carbono orgánico que contienen y, por ende, su liberación a la atmósfera. Los incendios, a su vez, consumen parte de esa materia acumulada.
A escala global, la capacidad de los suelos boreales para absorber carbono se redujo en torno a un 30 % entre 2000 y 2010. Si bien estos flujos de carbono son difíciles de medir y presentan variaciones temporales y espaciales, la mayoría de los estudios coinciden en señalar una disminución sostenida del carbono orgánico almacenado en los suelos forestales.
Sin embargo, los incendios forestales no dependen únicamente del clima: en los bosques templados, la actividad humana es responsable de la gran mayoría de los focos de incendio.
En 2022, se quemaron 785.000 hectáreas de bosques en Europa, más del doble del promedio registrado entre 2006 y 2021. En 2025, Portugal, Grecia y Turquía marcaron nuevos récords de incendios forestales. Francia tampoco escapó a esta tendencia: en el departamento de Aude, 17.000 hectáreas fueron arrasadas por el fuego en pocos días.
Casi un 30 % menos de carbono entre 1990 y 2010
¿Qué se puede concluir de todo esto? Aunque las causas de la reducción del carbono almacenado en los bosques han sido identificadas en distintas regiones del planeta, resulta difícil predecir con precisión cómo evolucionarán los ecosistemas forestales y cuáles serán sus consecuencias a futuro.
Ningún bosque está a salvo: todos podrían convertirse en emisores netos de carbono como resultado de la combinación entre las actividades humanas y el cambio climático.
A nivel global, se estima que la cantidad de carbono almacenada anualmente por los bosques del mundo disminuyó alrededor de un 30 % entre 1990 y 2010, y todo indica que esta tendencia podría continuar.
La mejor manera de frenar este declive sigue siendo preservar los bosques existentes. En aquellos gestionados por el ser humano, el mantenimiento del stock de carbono y/o la adaptación de las especies arbóreas a las nuevas condiciones climáticas representan hoy uno de los grandes desafíos de la gestión forestal a escala global.
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