Usted es de los que se orientan al toque la primera vez, o de los que siguen usando el GPS después de vivir años en el mismo barrio? ¡Ah, el famoso “sentido de la orientación”! Se suele decir que las mujeres no lo tienen, mientras que los hombres poseen un “GPS incorporado”. Pero la realidad es mucho más sutil… Entonces, ¿de dónde viene este “sentido de la orientación”, y por qué es tan diferente de una persona a otra?
Por Atlas Thébault Guiochon, ingeniero en neurociencias cognitivas y docente en la Université Lumière Lyon 2, Francia.
Vas caminando por la calle buscando la dirección que te dio tu amiga… pero, ¿qué pasa en tu cerebro en ese momento? La navegación espacial moviliza una verdadera orquesta de funciones cognitivas.
Por un lado, hay procesos de “alto nivel”: ubicar tu cuerpo en el espacio, representar mentalmente un entorno, usar la memoria, planificar un itinerario o mantener un objetivo. Por otro lado, procesos más automáticos toman el control: avanzar, frenar, doblar… sin siquiera pensarlo.
En realidad, el “sentido de la orientación” no es una habilidad única, sino un conjunto de tareas coordinadas, distribuidas en diferentes zonas del cerebro, que trabajan en conjunto para que llegues a buen puerto.
El cerebro cartógrafo
Si hay una estructura cerebral particularmente implicada, es el hipocampo. Esta estructura gemela, una por cada hemisferio, tiene una forma alargada que recuerda al pez del que toma su nombre.

Su rol en la navegación espacial suele ilustrarse con un estudio que se volvió emblemático. El equipo de investigación se interesó en la plasticidad cerebral, esa capacidad del cerebro para reorganizarse y adaptar sus conexiones en función del aprendizaje. Entonces notaron que la parte posterior del hipocampo de los taxistas de Londres, tanto hombres como mujeres, estaba más desarrollada que la de las personas que no tenían que memorizar el complejo mapa de la ciudad y que no se movían por ella a diario. Prueba, por si hiciera falta, de que nuestro cerebro se adapta según las experiencias.
El sentido de la orientación no es innato…
Esta es una de las preguntas que Antoine Coutrot quiso explorar junto a un equipo internacional, desarrollando Sea Hero Quest, un juego para celular diseñado para evaluar nuestra capacidad de navegación. El juego permitió recolectar datos de más de 2,5 millones de personas en todo el mundo, algo nunca visto a esta escala en este campo.
Los participantes no solo compartieron su rendimiento en el juego, sino que también proporcionaron información demográfica (edad, género, nivel educativo, etc.), la ciudad en la que crecieron o sus hábitos de sueño.
Entonces, ¿los hombres realmente tienen “un GPS en la cabeza”? No del todo.
Los datos sí revelan una diferencia promedio entre los sexos, pero esta diferencia está lejos de ser universal: varía según el país y tiende a desaparecer en aquellos donde la igualdad de género es más fuerte. En Noruega o Finlandia, la brecha es casi nula, a diferencia del Líbano o Irán. Entonces, no sería el sexo, sino las desigualdades sociales y los estereotipos culturales los que, a la larga, pueden afectar la confianza de las personas en su capacidad para orientarse y, por ende, su rendimiento real.
La edad también juega un papel: durante la infancia, desarrollamos muy temprano las habilidades necesarias para la orientación y la navegación espacial. Después de los 60, las capacidades visuoespaciales declinan, al igual que el sentido de la orientación, que se basa, como vimos, en numerosas funciones cognitivas.
…sino que está moldeado por el entorno
El lugar donde uno crece también parece ser relevante. Las personas que crecieron en pueblos chicos suelen sentirse más cómodas en espacios grandes. Por el contrario, los citadinos, acostumbrados a tener todo a pocos pasos, se orientan mejor en entornos densos y complejos.
La forma misma de la ciudad, y más precisamente su nivel de organización (a veces llamado “entropía”), también influye en nuestra capacidad de orientación. Algunas ciudades muy organizadas, con calles bien alineadas, como muchas ciudades de Estados Unidos, presentan una entropía baja. Otras, como París, Praga o Roma, más “desorganizadas” a primera vista, tienen una entropía más alta. Y son justamente las personas que crecieron en estas ciudades de alta entropía las que parecen desarrollar un mejor sentido de la orientación.
Incluso la edad a la que se aprende a manejar puede influir. Los adolescentes que se ponen al volante antes de los 18 años parecen orientarse mejor que los que lo hacen más tarde. Una exposición más temprana a la navegación autónoma sin ayuda externa (adultos, GPS…) podría, por lo tanto, fortalecer estas habilidades.
En resumen, lo que llamamos sentido de la orientación no está predefinido. Se construye a lo largo de las experiencias, el entorno y los aprendizajes.
Esta nota fue preparada por The Conversation.
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