Durante mucho tiempo, las ballenas jorobadas solo hicieron apariciones fugaces en el mar chubutense. Eran como sombras gigantes que cruzaban frente a las costas sin detenerse. Pero desde hace algunos años, algo cambió: las ballenas jorobadas no solo se detienen, sino que regresan. Tras observar su comportamiento se constató que vuelven cada verano. El norte del Golfo San Jorge, es uno de los únicos lugares costeros del Mar Argentino donde se las puede ver regularmente, al igual que el canal de Beagle, en Tierra del Fuego.
El fenómeno, registrado meticulosamente desde 2019, ya suma más de 140 individuos identificados. Cada cola es una firma irrepetible, una postal genética que revela trayectos y costumbres. Algunas ballenas regresan año tras año, como MN-4, a la que el equipo reconoce como una vieja amiga. “Cuando llega, sentimos que todo vale la pena”, dice Ignacio Gutiérrez Galván, coordinador de conservación del Proyecto Patagonia Azul. Porque no solo vuelven: se quedan. Se alimentan, socializan, descansan. Y eligen a Chubut como uno de sus escenarios predilectos.
La ballena jorobada, una artista del océano
Si hay un cetáceo que despierta simpatía instantánea, es la ballena jorobada. Curiosa, cercana, y con un repertorio de acrobacias y vocalizaciones que la distinguen. No es raro verla asomarse al bote, mostrar el ojo y quedarse allí, como si también quisiera estudiar al ser humano. “Una vez una se acercó tanto que nos miraba, detenida, como si compartiera con nosotros ese instante. Fue un momento de muchísima paz y belleza”, recuerda el ambientalista.
De octubre a marzo, estas aguas se convierten en un escenario privilegiado. Con sus cuerpos de hasta 16 metros, las ballenas jorobadas saltan, giran, golpean la superficie con sus aletas largas como alas y se sumergen dejando la cola al viento. Se mueve con una agilidad que desafía la lógica. “Verlas saltar es un momento mágico, un espectáculo que emociona”.

El misterio del canto de la ballena
Y no solo saltan: cantan. Sonidos graves, vibrantes, hipnóticos, que recorren kilómetros bajo el mar. Cada población tiene su propia melodía. “Lo que podemos registrar nosotros acá son los llamados, que son sonidos más cortos, de poca duración y de frecuencias bastante altas, que sí son audibles para el oído humano”, detalla Ignacio Gutiérrez. Y agrega: “pero durante la época reproductiva, los machos, sobre todo, producen cantos que son vocalizaciones mucho más largas, con estructuras repetidas que, por momentos, tienen coincidencias entre poblaciones”.
Para detectar estos sonidos, analizarlas y determinar el uso que le dan las ballenas jorobadas, los investigadores cuentan con hidrófonos, unos micrófonos subacuáticos que registran todo tipo de resonancias.
“El instrumento va registrando todos los sonidos debajo del mar. Después lo configuramos para determinar qué tipo de frecuencias queremos escuchar. De esta manera se puede ir escuchando todos los sonidos que hagan cualquier cetáceo bajo el agua”.
De Brasil a la Antártida, pasando por Chubut
Hasta el momento, la ciencia sólo reconoce una gran autopista migratoria para esta especie de ballenas en el Atlántico Sudoccidental: desde las costas del estado de San Pablo, en Brasil, hasta las frías aguas de las Islas Georgias del Sur. Era un trayecto conocido, validado. Pero los datos recogidos por el equipo en Patagonia Azul cambiaron el mapa. Gracias a la fotoidentificación se sabe que algunas de las ballenas jorobadas que llegan a Chubut también vienen desde el sur de Brasil. Algunas de ellas también fueron vistas en el canal de Beagle y otras en la península Antártica.

Esto sugiere la existencia de una ruta migratoria más costera, menos conocida, donde las ballenas se detienen a alimentarse y socializar en zonas como el norte del Golfo San Jorge, antes de continuar hacia el sur.
Monumento natural
Hace tan solo unos meses, la Legislatura de Chubut declaró a la ballena jorobada como Monumento Natural de la provincia, una figura legal que prohíbe toda actividad que atente contra su presencia en el mar provincial. La medida no es simbólica: busca blindar un corredor ecológico vital y cada vez más transitado. La designación como monumento natural marca un antes y un después. Pero no es la única medida: en la región también existen áreas marinas protegidas de tipo no take, donde se prohíbe toda actividad extractiva. “Cuando uno detecta zonas clave para la biodiversidad marina, como las áreas de alimentación de las jorobadas, protegerlas beneficia a muchas otras especies que comparten ese hábitat”, señala el Ignacio Gutiérrez.

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