Carpinchos, los embajadores peludos que la Argentina no está sabiendo aprovechar

Mientras en Nordelta (un suburbio de Buenos Aires) crece la hostilidad de los vecinos hacia los carpinchos, el mundo los celebra como íconos de ternura y naturaleza. Con un enorme potencial turístico aún desaprovechado, estos animales pacíficos podrían convertirse en embajadores de la fauna argentina. Desde los esteros del Iberá hasta las reservas urbanas, hay muchos lugares donde es posible ver carpinchos en libertad en la Argentina. Conocerlos es también una invitación a repensar nuestra convivencia con la vida silvestre.

Mientras Nordelta vuelve a ser escenario de debates encendidos por la presencia de carpinchos en sus barrios cerrados (en julio de 2025), vale la pena preguntarnos: ¿es esta convivencia con la fauna silvestre un problema… o una oportunidad? Porque lo cierto es que el carpincho (Hydrochoerus hydrochaeris), el roedor más grande del mundo, amable y sociable por naturaleza, tiene todo el potencial para transformarse en una atracción turística nacional de primer nivel. Y lo estamos desaprovechando. Además, en el caso puntual de Nordelta, está en uno de sus territorios ancestrales, unos pántanos y lagunas que fueron reconvertidos en barrios periféricos de lujo.

El carpincho como recurso turístico (y emocional)

En lugar de ver a los carpinchos como intrusos en barrios que avanzaron sobre sus hábitats naturales, podríamos empezar a reconocer su valor desde un enfoque turístico, ecológico y cultural. Países como Japón ya lo hicieron: allí existen bares temáticos donde los clientes pueden compartir una mesa con estos roedores gigantes en un entorno controlado y amigable. También son estrellas de zoológicos y parques temáticos, donde las personas se acercan para tocarlos, alimentarlos y hasta verlos disfrutar de baños termales al estilo onsen. El fenómeno es tal que los capybaras –como se los conoce globalmente por su nombre en portugués– se convirtieron en íconos de la ternura viral, al nivel de los pandas y los gatos.

En Japón: ahora hay carpinchos en los famosos “bares de gatos”.

En plataformas como TikTok y YouTube, acumulan millones de reproducciones por su andar tranquilo y su sociabilidad con otras especies. Además, el boom del peluche de carpincho explotó en Estados Unidos, Japón y Europa, donde se venden desde mochilas y almohadas hasta figuras articuladas que evocan su carisma imperturbable.

Avistaje y turismo de cercanía en Argentina

Argentina tiene el privilegio de contar con carpinchos en todo su territorio, especialmente en zonas de humedales, ríos y esteros. Lugares donde verlos con facilidad (y en libertad) incluyen:

  • Esteros del Iberá (Corrientes): uno de los mejores destinos del país para el turismo de naturaleza. Los carpinchos se cruzan en senderos, costas y pasarelas.
  • Río Pilcomayo (Formosa): en su parque nacional, el avistaje es parte del circuito tradicional.
  • Tigre y Delta bonaerense: en zonas menos urbanizadas del Delta, se los ve descansando en las orillas.
  • Reserva Natural Otamendi (Buenos Aires): ideal para escapadas desde CABA.
  • Laguna El Carpincho (Junín): lleva su nombre por la abundancia histórica de estos animales.
  • Reserva Urbana Costanera Sur (CABA): si bien no son residentes habituales, en años con crecida los ejemplares llegan incluso a esta zona urbana.

Estas reservas podrían incluir circuitos temáticos, visitas guiadas y programas educativos centrados en el carpincho como símbolo de la fauna autóctona, además de concientizar sobre la importancia de los humedales. En términos de marca país, no sería descabellado pensar en el carpincho como una figura turística al estilo del koala en Australia o el bisonte en Estados Unidos.

Un animal noble, familiar y necesario

Los carpinchos no son agresivos. Viven en comunidad, se alimentan de pasto y plantas acuáticas, y tienen una relación pacífica con otros animales. No son una plaga, sino parte vital del equilibrio ecológico de los ecosistemas ribereños. Su presencia es una señal de salud ambiental, no un síntoma de desorden.

En vez de alambrar o expulsar, tal vez deberíamos aprender a convivir, adaptar nuestros hábitos y ver la belleza de su existencia libre. La resistencia a su presencia en Nordelta no debería eclipsar la posibilidad de transformarlos en protagonistas positivos de una narrativa distinta.

¿Y si el próximo embajador turístico argentino fuera… un carpincho?

Quizá es hora de abrazar lo que ya tenemos: una fauna única, paisajes donde lo silvestre aún sobrevive, y un animal que, sin pedir nada, puede regalar una experiencia inolvidable. La internacionalización del carpincho como símbolo pop nos dice algo: en un mundo que busca conexión con la naturaleza, empatía y ternura, el carpincho puede representar lo mejor de nosotros.

Solo falta que lo entendamos. Y que lo cuidemos…