Una nueva investigación advierte sobre el alto costo ecológico de los vehículos eléctricos. Según un informe publicado el 7 de mayo por las ONG Fern y Rainforest Foundation Norway, la creciente demanda de coches eléctricos podría provocar la destrucción de hasta 118.000 hectáreas de bosques en los próximos 25 años. Esto equivale a 18 campos de fútbol deforestados por día.
Si bien los autos eléctricos se presentan como una alternativa más limpia frente a los vehículos a combustión, su producción depende de minerales extraídos en su mayoría de suelos forestales, como el níquel y el cobalto. Estos materiales son esenciales para la fabricación de baterías, que representan hasta el 70 % del impacto de deforestación asociado a estos vehículos.
Las condiciones de extracción, además, son motivo de preocupación. Según investigaciones previas, incluso el llamado cobalto “responsable” se obtiene en contextos sociales y ambientales críticos, afectando a comunidades locales y ecosistemas enteros.
Una alternativa para reducir el daño en un 82 %
El informe, elaborado por expertos de la asociación francesa négaWatt y la Universidad de Poitiers, propone un modelo alternativo para reducir drásticamente esta devastación. Este escenario sugiere la transición hacia baterías basadas en hierro y fosfato, materiales con menor huella ecológica, en lugar de seguir utilizando cobalto y níquel.
También hace un llamado a políticas de sobriedad y eficiencia, que incluyen:
- Fomentar el uso de vehículos más pequeños
- Promover el coche compartido y el transporte público
- Disminuir la necesidad de desplazamientos largos
- Reducir la dependencia del automóvil privado como medio principal de movilidad
“Necesitamos cambiar nuestra forma de pensar la movilidad. No se trata solo de cambiar el motor, sino de repensar todo el modelo de transporte“, señala Adrien Toledano, coautor del estudio.
Bosques y pueblos indígenas, los más afectados
Las organizaciones advierten que esta deforestación no solo pone en peligro ecosistemas vitales, sino que también afecta gravemente a los pueblos indígenas que dependen de estos bosques para vivir. La extracción masiva de minerales amenaza tanto su territorio como su cultura.
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